15.5.17

... cuerpo erotizado por su deseo de morir


SAINT-TROPEZ*

22 de agosto [1962]

El dorado día no nace para mí. Penumbra perpetua del cuerpo erotizado por su deseo de morir. La lívida luz del amanecer entrando a donde el espejo es el infierno. Mueres de cualquier manera. La luz es puerta sin gracia en el soplo mágico de la noche. Viento, parte inaudita de ti. Si me amas me la darás aunque no vivas, aunque no estés aquí. Aunque mueras habrás más daño que hacerte. Puedes retroceder. Irte a un paraíso más cercano que cualquier alba. Un viento fuerte hecho de imágenes desencontradas. Vende tu luz extraña, tu cerco inverosímil, tu deseo mágico de asaltar desde las nubes faroles extraños. Un buen fuego en el país no visto. Un fuego sin desenlace en el estío vencido por ti. Véndelo luego porque la luz se arrima a imágenes de gloria y candor cercano. La luz, el heroísmo de estos días a venir. Pálida afiebrada. Vences en el deseo de considerar la luz como un excedente de demasiadas cosas demasiado lejanas. Reconócete animal perdido. Véncete en demasiadas cosas demasiado lejanas. Aunque ames o te mueras de simple ir andando hasta encontrar rabia y tranquilos estadios de olvido. Véante mis ojos. Véante mis labios. Véate mi cuerpo. Invade azulmente mi mirada dividida, escindida, prohibida. Invade hasta invadirte. Mida la extensión de mi amor, la de mi odio. En extrañas cosas moras.

Estado peligroso de fatiga, insomnio y palpitaciones cardíacas. Me siento muerta, mejor dicho, un peso muerto, algo enormemente pesado, no mi cuerpo sino esto que se llama yo. Hasta cuando me llaman por mi nombre, hasta cuando dicen Alejandra, me siento caer sin fuerzas para sobrellevar mi nombre y con muchas menos fuerzas, aún, para responder a la llamada. Además respiro muy mal —todo el peso reside en el pecho—. Si todo esto me permitiera escribir y leer no me importaría. Pero ¿qué quiero? Quería un largo espacio sin tiempo y lo tengo. Sólo que yo lo quería en soledad absoluta. Y aquí gasto mis tan escasas fuerzas en ponerme tensa delante de los demás, en sentirme perseguida, hostigada hostilizada. Y pensando —sin duda tengo razones válidas para ello— que ya estoy completamente idiota. Quien yo sé no me dirigió la palabra salvo para convidarme con las consabidas formas de politesse. En ningún momento me miró en los ojos. Debo agregar que esto último es una suposición pues no lo puedo saber no habiendo mirado yo misma los suyos maravillosos. Pero estoy tan destrozada que no me importaría irme ahora mismo con tal de dormir diez o quince horas. Hace más de una semana que sólo duermo tres o cuatro por noche.

Lo que me sucedió anteayer en París con E. no será posible narrarlo hasta dentro de mucho tiempo. Cómo yací junto a E., debajo de E. y sobre E., ambos desnudos, como si hiciéramos el amor. E. no quería ni podía hacerlo y yo quería y no quería. No obstante me sentí dichosa en sus brazos, en sus besos. "Mais tu es un enfant", decía con asombro. Yo sólo quería estarme sobre su cuerpo y beber de su rostro fabuloso. Me recordaba tantos otros rostros que casi se lo digo si no fue que tuve miedo de que se ofendiera. El poema "Artémise" de Nerval nunca fue más exacto: La treizième revient, c’est encore la première… Pero al final le dije: "Siempre estuve enamorada de gente que no existe y aquí estás vos, hoy…". "Amas en mí a alguien que no existe", dijo. Era cierto pero al mismo tiempo amaba su rostro como jamás he amado otro. No había un clima sexual. El cansancio de E. se debía a que ese mismo día antes había hecho el amor reiteradas veces. Cuanto a mí, todo era confusamente erótico en ese momento. Erotismo difuso, que hasta sentía en las yemas de los dedos. No precisaba del orgasmo —yo, que siempre lo preciso— sino de la prolongación del infinitum de ese abrazo. A todo lo sucedido se le podría encontrar una explicación freudiana evidente. No obstante, hay algo muy misterioso en este nocturno encuentro de dos cuerpos desnudos que no se unen (nunca me sentí menos separada que durante esas horas). Volviendo a Freud, se diría que no te atreviste a cometer incesto y que tu cobardía frenó los impulsos sexuales de E. Pero E. es mucho más que mi nostalgia de huérfana. Su mirada está más allá de la explicación. No hay otro rostro tan misterioso como el suyo.

El m. de m. l. —al que odié apenas lo vi— habla tan rápido que no se le comprende lo que dice. Voz ceceosa, excepcionalmente fluida, como si las frases estuvieran desde hace mucho dentro de la saliva y como si tuviera mayor cantidad de saliva que cualquier otra persona. Así como habla rápidamente, así debe comer, orinar, hacer el amor. No obstante tiene un rostro dulce y agradable (aunque no para mí pues sospecho que su sentimiento debe ser recíproco del mío).

Lo que me molesta o exaspera o enerva de él es su absoluta creencia en el mundo físico tal y como nos rodea (creencia que comparten todos los burgueses, sin duda) y su cerrazón a cualquier esbozo de abstracción aun cuando se lo presenten en forma de chiste genial; sospecho que tendría que haberme venido provista de chistes sociales y cuentos graciosos sobre la high life en los cuales habría palabras tan reconfortantes como "cojinetes", "rulemanes", "cremalleras", "propiedad horizontal" (¡como si existieran propiedades verticales!), etc., etc. De todos modos me duele bastante no poder comunicarme con los que tienen intereses o desintereses fundamentalmente opuestos a los míos, dolor que intento consolar atribuyendo esta incomunicación a mi oficio de poeta. Y tal vez por eso leo a Artaud, ahora, y a varios más que no «perdieron el lenguaje en lo extraño».

Sentimiento de un frío que se acerca hace mucho. A la mierda todos: niños y mujeres primero, después hombres y perros. Dejar solamente a los clochards y a los poetas. Bello sueño de una joven muerta: hacer poemas y después reventar. Las moscas caminan sobre mí y yo no tengo fuerzas para espantarlas, nadie más espantada que yo, más empantanada, con mis hermosos sentimientos y mi fabulosa sensibilidad. Habrá que matar también a E. Miré sus ojos gran parte de una noche e hice plegarias mentales que debió comprender. No se quedó sin embargo. ¿Y a qué había de quedarse? ¿A qué? ¿Pero es posible, digo yo, que todos te abandonen y que tú no digas una sola palabra? A la mierda los abandonadores. Yo ya no existo. Por eso, cuando esté menos cansada (¿qué hizo de mi cuerpo?) me vengaré en poco tiempo. Muerte, dolor: yo comprendo. Sufrimiento en estado puro: yo comprendo. La mano de hierro al rojo posada en mi pecho, en mis sienes, ruidos de mil uñas arañando paredes dentro de mi cerebro. Chirridos, ripios, gritos agrios repercuten, suenan estridentemente. Que nadie venga, por favor, que lo pulverizo. Que no me toquen que me hago polvo y caigo, caigo, caigo. Horror de mis noches videntes y de mis días ciegos. Toda esta lucha perversa está en mí, en el centro de mí, me clavaron, me remacharon, me acuchillaron con cuchillos mellados y oxidados. Ripio, rabio, ruina, risa, resina, remanente de graznidos, retroceso de rezos triviales. Dientes entrechocándose. Un frío se acerca nacido de mi aliento. Todo lo que no lloré lo llorarán dentro de un momento cuando me destroce y me muerda como una perra rabiosa y me dentelle y me descuartice, porque todos ellos están en mí y cuando yo me asesine mi venganza estará cumplida.

¿Qué venganza? ¿Qué filo nocturno en la orilla de este sinsentido siniestro? Antiguas noches amadas, menos bordes filosos, si me hacen el favor. Menos puntas, menos agujas, menos trituraciones y perforaciones.

Viaje de ayer en el expreso Paris-Nice. 12 horas leyendo y fumando y tomando agua mineral (le di propinas monstruosas al chico que vendía las bebidas porque me daba cuenta que quería burlarse de mi sed con los otros pasajeros). Por las ventanillas pasaban montañas, ríos, animales, casas, regiones que desconozco pero que no quería mirar porque prefería leer y además, el no mirar está asociado, en mi caso, con un oscuro sentimiento del honor, como si no mirar fuera una venganza, un insulto,
una manera de devolver los golpes. Y en cierto modo es así.



*Anotada junto a este título la leyenda: "hasta el final pasado".



***
Texto: Cuaderno de mayo a agosto de 1962 (Diarios, Lumen, 2013).
Imagen: "Tina Modotti" por Edward Weston.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Verdades como cachetadas en un muslo frío. Oh, Alejandra. Como quisiera haber hablado mucho de muchas cosas contigo.